Lo que el amor te ha dado, contigo debe quedar.
L. Cernuda.
HOMENAJE:
Una vez, en el canasto de los hilos, que olvidaste al morir, bajo tu cama, encontré un tesoro. Un hueso de melocotón reseco.
Creo que saqué de ti esta afición por guardar flores mariposas muertas y plumas de pájaro en todos los libros.
Pero volvamos a tu vida.
Alguna vez, me siento delante de los botes de conserva, que quedaron en un rincón de la alacena, ordenados por riguroso orden de edad, 3años, 2años, 1año. También tienen su magia. Empezó hirviendo 20 minutos en un latón negro, a la lumbre del corral. Mantenías un constante el bailar del fuelle entre tus manos, pero tus ojos estaban en un lugar distinto más allá de la huerta; tal vez a la sombra de aquellas espadañas que se veían junto al río.
Otra vez encontré una ramita de lavanda salvaje guardada en un pequeño tarro de foi-gras, entre tus mandiles.
“Sólo una vez vi el mar”… decías.
“Una vez” puntualizabas siempre.
“Sólo una vez”: Pero ¿dónde?, ¿con quién?
Qué hermoso pensar que es el sol el que decide cuándo debe morir la primavera. Y que… retener ramitas entre las hojas de un libro es retener su decadencia inevitable, guardar lavanda es añorar el armario en el que abandonó su aroma, y esconder un hueso de melocotón es recordar la suave piel que lo cubrió y amar de nuevo las manos que lo pelaron.
Los pequeños secretos de tu historia te los llevaste a la tumba, y yo… te lo agradezco.
Sólo así puedo crear una leyenda magnífica de amores imposibles en mi locura… a partir de un hueso de melocotón olvidado en tu caja de costura.
28 mayo 2010